viernes, 28 de septiembre de 2012

Reflexión del árbol


Tu que pasas y levantas contra mi tu brazo, que inconscientemente me zarandeas, antes de hacerme daño,
¡mírame bien!...

Yo soy el armazón de tu cuna, la madera de tu barca, la tabla de tu mesa, la puerta de tu casa, la viga que
sostiene tu techo, la cama en que descansas. Yo soy el mango de tu herramienta, el bastón de tu vejez, el mástil de tus ilusiones y esperanzas.

Yo doy el fruto que te nutre y calma tu sed, la sombra bien hechora que te cobija contra los ardores del sol,
el refugio bondadoso de los pájaros que alegran con su canto tus horas y que limpian tus campos de insectos.

Yo soy la hermosura del paisaje, el encanto de tu huerta, la señal de la montaña, el lindero del camino. Soy el calor de tu hogar en las noches frías y largas del invierno, el perfume que embalsama a todas horas el aire que
respiras, el oxígeno que vivífica tu sangre y con ello la salud de tu cuerpo, la alegría de tu alma; y hasta el fin, yo soy el ataúd que te acompaña al seno de la tierra. 

Por eso, tu que me miras, tu que me plantaste con tus manos, tu que me diste el ser y que puedes llamarme hijo, óyeme bien y no me hagas daño...


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